Las exigencias de entrenamiento y competición del rugby requieren que los jugadores se sometan a distintas situaciones extremas. Por ejemplo, un jugador de la liga inglesa o francesa disputa alrededor de 30-40 partidos por temporada (pueden sobrepasar los 50 en el caso de los internacionales).
Para ello las temporadas se prolongan a lo largo de 47 semanas de intensiva preparación, lo que deja al jugador con unas escasas 4 o 5 semanas vacacionales (aunque no de descanso, puesto que se les exige seguir los rigurosos planes individualizados diseñados por los preparadores físicos).
Con tales requerimientos, la planificación del trabajo busca el equilibrio entre el entrenamiento necesario para seguir mejorando física, técnica y tácticamente y la recuperación fisiológica y psíquica del jugador, para que pueda alcanzar el punto óptimo de forma.
Para todo ello, los medios de recuperación utilizados varían entre:
Crioterapia: baños parciales o completos sumergidos en hielo, sus beneficios de asocian al efecto antiinflamatorio de las bajas temperaturas.
Baños de contraste: que combinan inmersiones en agua fría seguidas de inmersiones en agua caliente, y que tienden a mejorar el flujo sanguíneo y, por lo tanto, a regenerar las zonas musculares dañadas.
Masajes: quizás de las más efectivas y antiguas técnicas de recuperación, a la que debe asociarse el efecto de relajación psíquica.
Ejercicios aeróbicos: aconsejables en las 24 horas siguientes al partido, puesto que facilita la eliminación del lactato acumulado. Puede ejercitarse de múltiples formas, desde ejercicios sin contacto hasta los aeróbicos en el agua.
Tiempo libre: recientemente considerado como fundamental para la sostenibilidad de la vida del jugador profesional. Un jugador feliz es un jugador predispuesto a alcanzar mayores niveles de rendimiento.
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