Columna por Jocelyn Cerda
Hace un par de días se viralizó una columna de opinión respecto a la diferencia existente entre la cultura deportiva del rugby vs el fútbol, aludiendo a los hechos ocurridos en la final del Súper Rugby entre Crusaders y Jaguares en contraste con la definición por el tercer lugar en la Copa América entre Chile y Argentina.
Diversas reacciones se hicieron notar en las redes sociales al respecto, pero me llama la atención la cantidad de comentarios peyorativos en los cuales las personas ligadas al mundo del rugby se refieren al fútbol y sus adeptos.
Nadie podría negar que existen diferencias significativas en la idiosincrasia de ambos deportes y que éstas se fundamentan en la formación valórica que se le entrega a los y las jugadoras del rugby, valores que profesan el respeto, disciplina, integridad; entre otros; pero ¿Qué tanto de humildad nos queda al momento de generar esta diferencia y discriminación negativa en torno a la comparación con otro deporte? Porque bien podemos enorgullecernos de nuestra concepción del rugby, pero lastimosamente se nos derrumba el discurso valórico al tratar de engrandecerlo por medio de menospreciar el fútbol.
Particularmente creo que sería mucho más enriquecedor poder complementarnos con lo positivo del otro más que esta eterna guerra entre rugbiers y futbolistas, si bien al fútbol le falta mucho de disciplina, al rugby le falta mucho de transversalidad, y es precisamente en esto que podemos generar la crítica y autocrítica constructiva. ¿De qué manera podemos tomar como ejemplo el fútbol para insertar el rugby social? Pues se lleva años tratando de descentralizar el rugby no sólo territorialmente hacia las regiones, sino que también hacia los sectores más vulnerables de nuestro país.
Es en esto que el fútbol ha hecho un buen trabajo, ya que logra alta transversalidad y representatividad al ser un deporte que se juega desde los barrios y escuelas más humildes hasta los más acomodados de la sociedad chilena y de norte a sur del país, donde los jugadores son seleccionados netamente por sus méritos y calidad deportiva, dando la oportunidad de permitir a los niños y niñas llegar a representar a su país independiente de su origen.
Más de alguna vez nos hemos imaginado utópicamente cómo sería el país si tuviera canchas de rugby en cada barrio o escuela, entonces, ¿cómo nos enfocamos para hacer que esto suceda? ¿Podríamos captar a esos niños y niñas e insertarlos en nuestro deporte? Incluso me atrevo a hacer la observación de que en muchos lugares del país se juega rugby en canchas de fútbol que se adaptan para poder llevar a cabo un partido, donde llegan espectadores y futbolistas a presenciar con asombro y entusiasmo los encuentros y más de alguno se ha incentivado a jugar rugby de esta manera.
Por lo tanto, si hablamos de inclusión y respeto dejemos de una vez estas discriminaciones burdas que para nada son positivas en el deporte, si vamos a destacar que sea por nuestros méritos, no olvidemos que al formar categorías infantiles les estamos transmitiendo no solamente un juego, sino que todo un estilo de vida y sistema valórico para formarse como personas íntegras, debemos enseñarles por medio del ejemplo cómo recrearse y compartir en un entorno diverso, luchar por llegar a captar jugadores y jugadoras en cada rincón del país, darles igualdad de oportunidades y en el máximo posible un trato igualitario, debemos trabajar porque así sea, es en esto que el fútbol tiene mucho por enseñarnos, y nosotros también al fútbol.
Destaquemos por nuestros valores, por dar igual trato a los jugadores de región como a los de Santiago, a las categorías femeninas y masculinas, por tener dirigentes que se preocupen de llegar a los barrios donde no se conoce aún este deporte y que los recursos que se destinen a esto sean efectivos y claros. Crecemos cuando nos dedicamos a trabajar en nuestras falencias, no cuando apuntamos a las de otros.
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